martes, 13 de marzo de 2012


Monólogo. ¿es que crecí?...No soy un gatillo.

(Una habitación sin más mobiliario que una silla)

Jugábamos. Bajar a las pistas del polideportivo era ya para mí haber comenzado un juego; toda una aventura. Para llegar a estas atravesábamos andando el campo y lo hacíamos siguiendo el sendero. A mitad de camino cruzamos por un puente de madera. Actualmente es de metal y salva el paso de un fuerte caudal no menos que entonces. Cuando el señor alcalde pensó en reconstruirlo la mayoría, sino toda, estaba de acuerdo. Ciertamente, el de madera era más chulo pero en la práctica ya no servía bien. En las pistas de baloncesto hacíamos los bandos, pero antes lanzábamos unos tiros. A mí delante de la canasta no me era difícil encestar numerosas veces seguidas. Cuando encestaba me sentía victorioso. En cambio, a mis amigos y compañeros de escuela, el realizar repetidamente acertados tiros les era complicado. A veces tan solo hubieran atinado si hubieran tenido en frente una red de canastas. Al fútbol…también jugábamos, pero…al no ser catorce jugábamos con otros chavales. También las chavalas se animaban. Incluso, en ocasiones demostraban más destreza que los chicos.

Algunas tardes la pelota rodaba cuesta arriba y cuesta abajo en la empinada calle del barrio. Teníamos que estar atentos pues si decían el nombre de uno, este debía recoger aquella esfera entre las manos, lanzarla de nuevo cuesta arriba y gritar otro nombre. A veces solíamos hacer algo de trampa diciendo el nombre lo más tarde posible. Si el asignado aquella tarde en decir “tiempo” decía: ¡tiempo!, aquel que tuviera entre sus manos el balón quedaba eliminado. El último en quedar era el victorioso. En alguna que otra ocasión ser el victorioso había significado para nosotros elegir un juego nuevo. Una vez reunimos todas nuestras fichas de dominó y las fuimos colocando firmemente una por una. Al dar a la primera un ligero toque fueron cayendo una tras otra en cadena haciendo que la gran espiral se viera de otro modo. Nos divertíamos.

El juego al que más me gustaba jugar consistía en lazarnos la pelota y si aquella nos había rozado el cuerpo exclamábamos: ¡muerto!, ¡muerto¡ Si la cogíamos en el aire ganábamos vidas. Era un juego en el que saltábamos, corríamos, nos tirábamos por el suelo… Éramos como animales, gatillos danzando entre los patios de la vecindad.  Siempre, sin excepciones, teníamos la oportunidad de estar en aquellos patios. Me hubiera extrañado mucho si las puertas de esos portales no hubieran estado abiertas en algún momento. A uno de los patios dejamos de ir. Olía mal, era… como tener todo el campo concentrado en ese olor. Era muy fuerte, agrio y cítrico al mismo tiempo, irrespirable. Yo al menos no lo aguantaba. Ese olor salía de la puerta completamente abierta de una de las casa. Supimos que era incienso de laurel negro. ¿En serio era para perfumar la casa?, pero allí dentro ¿eso dejaba respirar? Creo que no dejaría ni pensar. No me gustaba. Los mayores…Muchas veces no les comprendía. En las naves abandonadas del polígono viejo también había un olor extraño como a leña quemada que dejaba tarumba la cabeza.

En el campo también solíamos jugar. Construíamos cabañas, nuestras cabañas. La mejor de todas era la más cercana y la más simple. Únicamente habíamos puesto algo de ingenio para realizarla, el techo. Bueno el mantenerla también requería algo de atención. Cosas de la naturaleza. Los mayores no sabían nunca realmente por donde andábamos, pero también se trababa de eso; aunque, en verdad, sabrían que estábamos bien.

El escondite era uno de los juegos favoritos, todos absolutamente todos siempre querían jugar. Para escondernos, íbamos entre los laberínticos subpórtales. Allí, en penumbra, solo existía el blanco y el negro. Incluso el suelo casi valía como escondite. Era muy intrigante. Pero… ciertamente, debíamos tener cuidado. Perros y los gatos vagabundos rondaban por allí y molestarlos no podía ser bueno. Las columnas eran para nuestro juego del escondite una eficaz y graciosa construcción, pues girar sobre ellas para evitar ser descubierto era motivo de gestos entre nosotros. A veces acabábamos apelotonándonos en un mismo lugar, ya fueran aquellas columnas u otros huecos. Lejos hacían eco nuestras risas. En pleno juego, si el último, muy bien escondido, audaz y fugaz, lograba llegar al lugar en el que había comenzado la cuenta atrás burlando al contrario, decía: “por mí, por mis compañeros y por mí primero”. Por si acaso, no quedaba claro el “por mi primero” reafirmaba que uno mismo también se había librado. Pletóricos acudíamos a nuestras casas a por algo de merienda si es que no la llevábamos encima. Entre pan comíamos mortadela, chorizo, salchichón, chocolate…,otros galletas, otros solo pan o solo chocolate, otros un poco de todos. Así, juntos andábamos pasando el tiempo. Nuestras vidas eran a todo color o al menos para nosotros; no necesitábamos grandes cosas. Conscientes de lo importante, teníamos lo importante. Nuestras sonrisas, aunque muecas simples, así, lo demostraban. El día en sí, aun teniendo que ir a la escuela, era de recreo. Viviendo el momento… éramos pequeños, vivíamos, éramos... Una tarde alguien había hecho referencia al tiempo…pero… eso, no lo comprendí bien. Los suficientes, sin en cambio, parecía que sí y estaban dispuestos. El juego había comenzado. El resto… también parecía no querer jugar. Pero…solo lo parecía. Me vi sorprendido, y corrí… Me vi sorprendido escondiéndome… Pero ¿cuáles eran las reglas?. Yo no las había comprendido. ¡Cruci! Me pareció escuchar. Yo, seguía sin saber cuáles eran las reglas. El juego había comenzado. Estaba en el mar, en la tierra y en el aire; todo era juego. ¿Pero cuándo termina?, ¿era mi papel el quedarme allí quieto agazapado?, ¿cuál era mi papel?. Mi mente no estaba en blanco, pero desconocía cuál era mi papel en aquel juego. ¿Ayudarte a ti?, ¿yo?, ¿vamos juntos?, ¿voy solo?, ¿cómo?, ¿salvarme yo? ¡Tú no puedes ayudarme a mí, sin ayudarte a ti!, ¿eso lo entiendes? ¡Cruci, cruci!, me pareció escuchar de nuevo. El juego había comenzado. ¡Tú me has disfrazado…me has disfrazado…! Y así intente…Yo…Yo…le llamaba, y gritaba su nombre…pero… como si sordo estuviera o no escuchase salvo lo que quería, no escuchaba. No atendía. ¡Cruci, cruci!, le gritaba. Pero no…no…no me escuchaba. Y yo le llamaba y le llamaba y le llamaba… ¿Lo escuchas?, ¿cómo ibas a escucharlos si no cantan?. No los veré, no los verás… ¿me escuchas? Dime… ¿cómo el tiempo de juego no es mi tiempo? Solo tú tienes la respuesta…¿no lo comprendes?. ¿Cuál es la diferencia?, ¿es que no me escuchas? Yo quiero mi tiempo…alguien juega con mi tiempo… conmigo…mi juego… Allí, en verdad, no quería ser visto, ni ver. No quería ser escuchado, ni oír; no quería estar…yo no quería estar allí. Ese tiempo… para mi no era tiempo. Y entonces grite diciéndole: ¿has perdido la cabeza? Pero no se oía nada. Nada que fuera la respuesta. ¡Respóndeme!, ¿cuál es la respuesta?, ¿es rezar?, ¿rezar? En mi rezo, la súplica. En el eco se había perdido el sentido. Y yo estaba allí, también sin sentido. La pérdida lo tenía. La irreparable pérdida tenía el sentido y eso era irreparable. Había comenzado. Y…desde el comienzo sabían que el color verde abandonaba pronto de la partida. Yo, aun cuando lo estaba viendo ya lo había olvidado. Entonces escribí en un papel: el verde se pierde cuando se encuentra entre el blanco y el negro siendo en verdad ni blanco ni negro sino gris. Después seguí gritando. ¿Lo escuchas?, ¿lo escuchas?. ¡Es el comienzo! ¿No te conmueves?, ¿Estás dormido? ¡ójala yo estuviera soñando! Y aunque pareciera no escucharme le seguía gritando: ¡Tú!, ¡no te reconozco! ¿y el motivo?, ¿es que crecí? ¡estoy confuso! ¿cuáles son las reglas? ¡Escríbelas! ¡Escríbelas! ¿cuándo… se para… el tiempo? A él, al tiempo, yo sí lo sentía, era masacre, miseria, fobia… odio, amenaza, miedo, destrucción, pérdidas… desolación…supremacía…  ¿ese el recuerdo que quieres escribir en este papel? ¡Tú, eres tu propio espanto! ¿por qué te empeñas en buscar la diferencia? ¿en interrumpir la vida? La vida. ¡Eres tú! No eres fuerte, esa es la verdad. ¿Por qué te empeñas?, ¿por qué te empeñas en buscar la diferencia?, ¿me escuchas? Entonces… el juego ya había comenzado… ¿escuchas?. Alguien se acerca. ¿Le escuchas cómo se acerca?. Yo sí, lo escucho, no estoy sordo, lo escucho…pero no lo entiendo… y siento que desearé no seguir…no quiero jugar…no lo quiero… lo espectacular…la decadencia… el sufrimiento... No…no, puede ser ese el motivo, yo no tengo intereses…No me engañes. Yo le escucho y sé cual es su nombre. Él contestaría que olvidé aferrarme a mi mismo, a mis sentimientos, al afecto por mis seres queridos decidiendo atender las órdenes y pensar en las fronteras… en Dios. En todo menos en recordar mi nombre. Olvidé ser neutral… ¿olvidarme de lo importante…olvidarme de pensar…? ¡NO!, no te nombres como tal…me diría; eres otra cosa. Si participas, eres otra cosa. ¿dejas que participen? Eres otra cosa… ¿por qué no le hablaste antes de mí para que supiera su nombre? Él, ya viene… No puede ser verdad… ¿lo ves? Está ahí, me ve, lo hará, está dispuesto. ¿Y si me hiere?,¿y si no disparo?, ¿y si me hace prisionero?, ¿Cuál es la regla? Dispararé…yo no perderé. ¡Tú!, ¡tú!, perderás. Seré de los vencedores, de los que obtienen la victoria… (un largo silencio) ¿Y las fotos? He perdido las fotos, dónde están mis fotos, mi padre… mi hermana… dónde están…dónde están…quiero esas fotos, necesito esas fotos… mi madre… Entonces él ya estaba cerca. Note su respiración y me dijo al oído: ¿no te es vergonzoso pensar en el recuerdo, en la tranquilidad de esa casa, en el amor de tu familia…?, ¿en la vida?, ¿no te es vergonzoso seguir pensando? Tripas, deberías comer tus propias…tripas. Intolerancia y violencia y hacer las cosas mal…ese es el asco. Dios mío… respiré, respiré … Y entonces comprendí, él también me había escuchado. Me levanté y le dije en susurro: que no jueguen con lo que no es un juego. Yo no querré jugar, pues será perder aún creyendo haber ganado. Y entonces quise escribir en el papel: el…ya, no hizo falta. Me aseguré de que las fotos estaban allí, en mi cartera. Sí que estaban. Estaban donde las había dejado y respire tranquilo. Toda mi cartera la tenía en orden. Salí de mi escondite. Los demás me preguntaron qué hacía y si estaba listo. Listo para qué les pregunté, comprendí que se referían a ir a la escuela. Y pletórico, les respondí que yo siempre estaba listo para aprender cosas nuevas. Como de costumbre querían ir corriendo. Y entonces les grite que teníamos tiempo, que no era necesario que corriéramos. Ellos deseosos de salir escopetillados como gatillos salvajes no me comprendían. Ni si quiera yo me comprendía. Quieto les pregunté: ¿podemos ir caminando tranquilamente hoy? Decirme ¿podemos ir tranquilamente hoy? Sus caras eran la respuesta. Entonces… yo salí corriendo mirándoles ¿queréis jugar?, les grité desde la distancia. Escuchaba sus risas. Abrí mi cartera para cogerlos, había llenado lo menos siete u ocho y de todos los colores. El color verde ya se veía por los campos y con él, aun vendrían días más calurosos. Queríamos jugar. Nuestro juego había comenzado. Jugábamos.

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