Monólogo. ¿es que crecí?...No soy un gatillo.
(Una
habitación sin más mobiliario que una silla)
Jugábamos.
Bajar a las pistas del polideportivo era ya para mí haber comenzado un juego;
toda una aventura. Para llegar a estas atravesábamos andando el campo y lo
hacíamos siguiendo el sendero. A mitad de camino cruzamos por un puente de
madera. Actualmente es de metal y salva el paso de un fuerte caudal no menos
que entonces. Cuando el señor alcalde pensó en reconstruirlo la mayoría, sino
toda, estaba de acuerdo. Ciertamente, el de madera era más chulo pero en la
práctica ya no servía bien. En las pistas de baloncesto hacíamos los bandos,
pero antes lanzábamos unos tiros. A mí delante de la canasta no me era difícil
encestar numerosas veces seguidas. Cuando encestaba me sentía victorioso. En
cambio, a mis amigos y compañeros de escuela, el realizar repetidamente acertados tiros
les era complicado. A veces tan solo hubieran atinado si hubieran tenido
en frente una red de canastas. Al fútbol…también jugábamos, pero…al no ser
catorce jugábamos con otros chavales. También las chavalas se animaban. Incluso,
en ocasiones demostraban más destreza que los chicos.
Algunas
tardes la pelota rodaba cuesta arriba y cuesta abajo en la empinada calle del
barrio. Teníamos que estar atentos pues si decían el nombre de uno, este debía
recoger aquella esfera entre las manos, lanzarla de nuevo cuesta arriba y
gritar otro nombre. A veces solíamos hacer algo de trampa diciendo el nombre lo
más tarde posible. Si el asignado aquella tarde en decir “tiempo” decía:
¡tiempo!, aquel que tuviera entre sus manos el balón quedaba eliminado. El
último en quedar era el victorioso. En alguna que otra ocasión ser el
victorioso había significado para nosotros elegir un juego nuevo. Una vez
reunimos todas nuestras fichas de dominó y las fuimos colocando firmemente una
por una. Al dar a la primera un ligero toque fueron cayendo una tras otra en
cadena haciendo que la gran espiral se viera de otro modo. Nos divertíamos.
El juego
al que más me gustaba jugar consistía en lazarnos la pelota y si aquella nos
había rozado el cuerpo exclamábamos: ¡muerto!, ¡muerto¡ Si la cogíamos en el
aire ganábamos vidas. Era un juego en el que saltábamos, corríamos, nos
tirábamos por el suelo… Éramos como animales, gatillos danzando entre los
patios de la vecindad. Siempre, sin
excepciones, teníamos la oportunidad de estar en aquellos patios. Me hubiera
extrañado mucho si las puertas de esos portales no hubieran estado abiertas en
algún momento. A uno de los patios dejamos de ir. Olía mal, era… como tener
todo el campo concentrado en ese olor. Era muy fuerte, agrio y cítrico al mismo
tiempo, irrespirable. Yo al menos no lo aguantaba. Ese olor salía de la puerta completamente
abierta de una de las casa. Supimos que era incienso de laurel negro. ¿En serio
era para perfumar la casa?, pero allí dentro ¿eso dejaba respirar? Creo que no
dejaría ni pensar. No me gustaba. Los mayores…Muchas veces no les comprendía. En
las naves abandonadas del polígono viejo también había un olor extraño como a
leña quemada que dejaba tarumba la cabeza.
En el
campo también solíamos jugar. Construíamos cabañas, nuestras cabañas. La mejor de
todas era la más cercana y la más simple. Únicamente habíamos puesto algo de
ingenio para realizarla, el techo. Bueno el mantenerla también requería algo de
atención. Cosas de la naturaleza. Los mayores no sabían nunca realmente por
donde andábamos, pero también se trababa de eso; aunque, en verdad, sabrían que
estábamos bien.
El
escondite era uno de los juegos favoritos, todos absolutamente todos siempre querían
jugar. Para escondernos, íbamos entre los laberínticos subpórtales. Allí, en
penumbra, solo existía el blanco y el negro. Incluso el suelo casi valía como
escondite. Era muy intrigante. Pero… ciertamente, debíamos tener cuidado. Perros
y los gatos vagabundos rondaban por allí y molestarlos no podía ser bueno. Las
columnas eran para nuestro juego del escondite una eficaz y graciosa
construcción, pues girar sobre ellas para evitar ser descubierto era motivo de gestos
entre nosotros. A veces acabábamos apelotonándonos en un mismo lugar, ya fueran
aquellas columnas u otros huecos. Lejos hacían eco nuestras risas. En pleno
juego, si el último, muy bien escondido, audaz y fugaz, lograba llegar al lugar
en el que había comenzado la cuenta atrás burlando al contrario, decía: “por mí,
por mis compañeros y por mí primero”. Por si acaso, no quedaba claro el “por mi
primero” reafirmaba que uno mismo también se había librado. Pletóricos acudíamos
a nuestras casas a por algo de merienda si es que no la llevábamos encima.
Entre pan comíamos mortadela, chorizo, salchichón, chocolate…,otros galletas,
otros solo pan o solo chocolate, otros un poco de todos. Así, juntos andábamos
pasando el tiempo. Nuestras vidas eran a todo color o al menos para nosotros;
no necesitábamos grandes cosas. Conscientes de lo importante, teníamos lo
importante. Nuestras sonrisas, aunque muecas simples, así, lo demostraban. El
día en sí, aun teniendo que ir a la escuela, era de recreo. Viviendo el
momento… éramos pequeños, vivíamos, éramos... Una tarde alguien había hecho
referencia al tiempo…pero… eso, no lo comprendí bien. Los suficientes, sin en
cambio, parecía que sí y estaban dispuestos. El juego había comenzado. El
resto… también parecía no querer jugar. Pero…solo lo parecía. Me vi
sorprendido, y corrí… Me vi sorprendido escondiéndome… Pero ¿cuáles eran las
reglas?. Yo no las había comprendido. ¡Cruci! Me pareció escuchar. Yo, seguía
sin saber cuáles eran las reglas. El juego había comenzado. Estaba en el mar,
en la tierra y en el aire; todo era juego. ¿Pero cuándo termina?, ¿era mi papel
el quedarme allí quieto agazapado?, ¿cuál era mi papel?. Mi mente no estaba en
blanco, pero desconocía cuál era mi papel en aquel juego. ¿Ayudarte a ti?, ¿yo?,
¿vamos juntos?, ¿voy solo?, ¿cómo?, ¿salvarme yo? ¡Tú no puedes ayudarme a mí, sin
ayudarte a ti!, ¿eso lo entiendes? ¡Cruci, cruci!, me pareció escuchar de
nuevo. El juego había comenzado. ¡Tú me has disfrazado…me has disfrazado…! Y
así intente…Yo…Yo…le llamaba, y gritaba su nombre…pero… como si sordo estuviera
o no escuchase salvo lo que quería, no escuchaba. No atendía. ¡Cruci, cruci!,
le gritaba. Pero no…no…no me escuchaba. Y yo le llamaba y le llamaba y le
llamaba… ¿Lo escuchas?, ¿cómo ibas a escucharlos si no cantan?. No los veré, no
los verás… ¿me escuchas? Dime… ¿cómo el tiempo de juego no es mi tiempo? Solo
tú tienes la respuesta…¿no lo comprendes?. ¿Cuál es la diferencia?, ¿es que no
me escuchas? Yo quiero mi tiempo…alguien juega con mi tiempo… conmigo…mi juego…
Allí, en verdad, no quería ser visto, ni ver. No quería ser escuchado, ni oír;
no quería estar…yo no quería estar allí. Ese tiempo… para mi no era tiempo. Y
entonces grite diciéndole: ¿has perdido la cabeza? Pero no se oía nada. Nada
que fuera la respuesta. ¡Respóndeme!, ¿cuál es la respuesta?, ¿es rezar?,
¿rezar? En mi rezo, la súplica. En el eco se había perdido el sentido. Y yo estaba
allí, también sin sentido. La pérdida lo tenía. La irreparable pérdida tenía el
sentido y eso era irreparable. Había comenzado. Y…desde el comienzo sabían que
el color verde abandonaba pronto de la partida. Yo, aun cuando lo estaba viendo
ya lo había olvidado. Entonces escribí en un papel: el verde se pierde cuando
se encuentra entre el blanco y el negro siendo en verdad ni blanco ni negro
sino gris. Después seguí gritando. ¿Lo escuchas?, ¿lo escuchas?. ¡Es el
comienzo! ¿No te conmueves?, ¿Estás dormido? ¡ójala yo estuviera soñando! Y
aunque pareciera no escucharme le seguía gritando: ¡Tú!, ¡no te reconozco! ¿y
el motivo?, ¿es que crecí? ¡estoy confuso! ¿cuáles son las reglas? ¡Escríbelas!
¡Escríbelas! ¿cuándo… se para… el tiempo? A él, al tiempo, yo sí lo sentía, era
masacre, miseria, fobia… odio, amenaza, miedo, destrucción, pérdidas…
desolación…supremacía… ¿ese el recuerdo
que quieres escribir en este papel? ¡Tú, eres tu propio espanto! ¿por qué te
empeñas en buscar la diferencia? ¿en interrumpir la vida? La vida. ¡Eres tú! No
eres fuerte, esa es la verdad. ¿Por qué te empeñas?, ¿por qué te empeñas en
buscar la diferencia?, ¿me escuchas? Entonces… el juego ya había comenzado… ¿escuchas?.
Alguien se acerca. ¿Le escuchas cómo se acerca?. Yo sí, lo escucho, no estoy
sordo, lo escucho…pero no lo entiendo… y siento que desearé no seguir…no quiero
jugar…no lo quiero… lo espectacular…la decadencia… el sufrimiento... No…no,
puede ser ese el motivo, yo no tengo intereses…No me engañes. Yo le escucho y
sé cual es su nombre. Él contestaría que olvidé aferrarme a mi mismo, a mis
sentimientos, al afecto por mis seres queridos decidiendo atender las órdenes y
pensar en las fronteras… en Dios. En todo menos en recordar mi nombre. Olvidé
ser neutral… ¿olvidarme de lo importante…olvidarme de pensar…? ¡NO!, no te
nombres como tal…me diría; eres otra cosa. Si participas, eres otra cosa.
¿dejas que participen? Eres otra cosa… ¿por qué no le hablaste antes de mí para
que supiera su nombre? Él, ya viene… No puede ser verdad… ¿lo ves? Está ahí, me
ve, lo hará, está dispuesto. ¿Y si me hiere?,¿y si no disparo?, ¿y si me hace
prisionero?, ¿Cuál es la regla? Dispararé…yo no perderé. ¡Tú!, ¡tú!, perderás.
Seré de los vencedores, de los que obtienen la victoria… (un largo silencio) ¿Y
las fotos? He perdido las fotos, dónde están mis fotos, mi padre… mi hermana…
dónde están…dónde están…quiero esas fotos, necesito esas fotos… mi madre…
Entonces él ya estaba cerca. Note su respiración y me dijo al oído: ¿no te es
vergonzoso pensar en el recuerdo, en la tranquilidad de esa casa, en el amor de
tu familia…?, ¿en la vida?, ¿no te es vergonzoso seguir pensando? Tripas, deberías
comer tus propias…tripas. Intolerancia y violencia y hacer las cosas mal…ese es
el asco. Dios mío… respiré, respiré … Y entonces comprendí, él también me había
escuchado. Me levanté y le dije en susurro: que no jueguen con lo que no es un
juego. Yo no querré jugar, pues será perder aún creyendo haber ganado. Y
entonces quise escribir en el papel: el…ya, no hizo falta. Me aseguré de que
las fotos estaban allí, en mi cartera. Sí que estaban. Estaban donde las había
dejado y respire tranquilo. Toda mi cartera la tenía en orden. Salí de mi
escondite. Los demás me preguntaron qué hacía y si estaba listo. Listo para qué
les pregunté, comprendí que se referían a ir a la escuela. Y pletórico, les
respondí que yo siempre estaba listo para aprender cosas nuevas. Como de
costumbre querían ir corriendo. Y entonces les grite que teníamos tiempo, que
no era necesario que corriéramos. Ellos deseosos de salir escopetillados como
gatillos salvajes no me comprendían. Ni si quiera yo me comprendía. Quieto les
pregunté: ¿podemos ir caminando tranquilamente hoy? Decirme ¿podemos ir
tranquilamente hoy? Sus caras eran la respuesta. Entonces… yo salí
corriendo mirándoles ¿queréis jugar?, les grité desde la distancia. Escuchaba
sus risas. Abrí mi cartera para
cogerlos, había llenado lo menos siete u ocho y de todos los colores. El color
verde ya se veía por los campos y con él, aun vendrían días más calurosos. Queríamos
jugar. Nuestro juego había comenzado. Jugábamos.