sábado, 5 de mayo de 2012

Desde la primera luz del día, entre joviales aves y árboles frondosos,
la tarde soñaba la llegada del arcángel.
Sus manos, su piel, su latir.
Un instante, su instante.
La tarde, sin secretos, latía; su corazón sonreía.
Pero, sin más, en el filo de la noche, el arcángel se iba. Le perdía.
Sin más, le perdía.
¿Era su palpitar tan sincero?, ¿era sincero?
¿Cómo no quererlo así?
Soñaba y sentía ¿sería eterno?
Querría descubrirlo. Y lo descubrió.
Él a la tarde se lo dijo.
Tras el silencio, susurró.
No era amor lo que sentía. Era amistad, lo entendería.
A la tarde, entonces, le invadió la tristeza, la presión, la añoranza.
Su amor, en la noche. Su sueño no volvía.
¿Qué más daba?
Era el silencio quien hablaba.

La  tarde, aunque a veces lo parezca, no  puede  soñar,
tan solo suspirar su instante.

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